… En la planta baja, que era el establo, dormían los animales al resguardo de sus gruesos muros de piedra. Yeguas, caballos, cerdos, pavos, gallinas… mi abuela Eloísa me contaba con cariño como había dormido aquí en varias ocasiones, para ayudar a nacer a los potrillos o a los cerdos. Todos los animales eran tratados con cariño y respeto, y a su vez ellos devolvían su buen hacer cada día en las tareas del campo.
… En la primera planta estaba la cocina, el alma del hogar, de la que hemos conservado la vieja pila de mármol y los marcos de madera. De ella afloran varios recuerdos; como el de los guisos que se preparaban para las largas jornadas de trabajo de sol a sol en la tierra., o el de las chaquetas, calcetines y jerséis que se tejían punto a punto con tanto amor, sin olvidarnos de las sábanas, bordadas con tanto tesón, que aún me cuesta distinguir el derecho y el revés.
… En la buhardilla lucían los suelos de barro que hoy adornan los alféizares de la casa, los viejos baúles guardaban divertidos disfraces hechos a partir de ropas viejas… y en las viejas vigas de madera, se colgaban los chorizos de la matanza para orear; este es sin duda, el recuerdo más cercano a mi memoria, subiendo de niña con mi abuela Eloísa para ayudarla… aún puedo percibir ese olor que me recuerda a un verdadero hogar…
Al igual que a mi padre, siempre me ha gustado atesorar recuerdos, experiencias e historias sobre mi familia. Hoy mi sueño es que en nuestro querido hogar se sigan escribiendo historias, las de las nuevas familias y amigos que en ella se alojen.